*Sergio Palmas
En un contexto marcado por la inestabilidad política, la violencia social, el individualismo y una crisis de salud mental y relaciones interpersonales, resulta fundamental establecer políticas deportivas sostenibles en Argentina. Las propuestas clave incluyen restituir la autonomía económica para el ENARD, integrar el deporte en el sistema educativo, fortalecer los clubes de barrio con financiamiento estable y revitalizar espacios públicos para garantizar el acceso y la igualdad de oportunidades para todos.
A lo largo de la historia, el deporte argentino ha sufrido los vaivenes del país; gobiernos que invierten más, gobiernos que invierten menos, gobiernos que no invierten. Dinámica esa que ha imposibilitado una continuidad de políticas deportivas que perduren y, por ende, den frutos.
Esta lógica pareció romperse en diciembre de 2009, al menos para el deporte de alto rendimiento, cuando a través de la ley 26.573 se creó el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (ENARD). Una política pública acertada, para que nuestros/as deportistas pudieran desarrollarse y competir, indistintamente de quién gobernara. El financiamiento provenía de un cargo del uno por ciento (1%) aplicado sobre el abono que las empresas de telefonía celular le facturaban a sus clientes por los servicios de telecomunicaciones brindados.
Pero, como la mayoría de las políticas públicas, no resistió ni al primer cambio de gobierno. En 2019, Mauricio Macri derogó esa ley y el ENARD pasó a depender del presupuesto nacional, compitiendo con las demás partidas presupuestarias destinadas al deporte y reduciendo así los montos destinados a cada una. Desde allí, retomó la senda del vaivén político.
El daño sacudió también al denominado deporte social. Para diciembre de 2019, los clubes de barrio de todo el país se encontraban en una situación muy compleja. Los tarifazos y la falta de apoyo del Estado los obligó a disminuir actividades, despedir trabajadores, y en algunos casos, cerrar sus puertas. La pandemia se encargó del resto. Con la premisa de que había que intervenir de manera rápida y agresiva para fortalecerlos, surgió Clubes en Obra, un programa a través del cual casi seis mil clubes de todo el país pudieron realizar obras de infraestructura, generando 25 mil puestos de trabajo y ayudando a dinamizar las economías locales con la compra de los materiales para ejecutar las obras.
De esa forma, se inició un camino que continuó con capacitaciones para sus dirigentes a través de universidades nacionales, se creó una unidad de asistencia para ayudarlos a regularizar los aspectos formales de las instituciones, se realizó el primer relevamiento nacional de clubes y entidades deportivas (RENACED), y se les otorgó tarifas diferenciadas de energía eléctrica y de gas natural de red. En materia de inclusión se creó el programa Hay Equipo, a través del cual el Estado le cubría la cuota deportiva a aquellos chicos/as cuyas familias no podían afrontarla. Faltó, si. Pero el camino estaba trazado, y era el del acompañamiento a nuestros clubes de barrio.
Tan necesaria, y a la vez tan ausente en la actualidad, es la visión integral del deporte en nuestro país, que recién en junio se confirmó la realización de una versión por de más acotada de los Juegos Nacionales Evita. Para algún desprevenido, estas competencias son un evento deportivo fundamental en Argentina, han sido por décadas, el evento deportivo más importante de nuestro país. Participaron más de un millón de personas en cada una de las últimas ediciones. En la final en Mar del Plata, competían más de 20 mil chicos/as agrupados en 76 disciplinas deportivas. Además de una política deportiva, también lo es de salud, cultural, educativa, y ambiental. Sin embargo, el gobierno de Milei lo recortó a más de la mitad – ocho mil participantes en 36 disciplinas -, esto se traduce en miles de chicos/as en cada rincón de la Argentina que se quedan sin competencias deportivas durante el año, y de acuerdo al presupuesto proyectado para 2025, la extinción de los Juegos Evita aparece en el horizonte.
En la coyuntura actual, la agenda deportiva del gobierno se reduce a la discusión sobre las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD), especialmente en el fútbol profesional, y a intentar traer la Fórmula 1 al país. Es decir, la única mirada que hoy se tiene sobre el deporte es la del negocio. No negamos que ésta sea una dimensión que lo constituye: alcanza con repasar los ejemplos de Madrid, Barcelona o París, para darse cuenta de que los eventos deportivos son de un gran atractivo turístico, generan infraestructura, divisas y empleo. Sin embargo, el deporte, sistemáticamente ninguneado, históricamente relegado, quizás por el equivocado pensamiento de que no es una causa urgente, es tan importante en la salud física y mental que es ponderado por las Naciones Unidas como esencial, alineado con varios Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), especialmente el ODS 3 -salud y bienestar-, y el ODS 5 -igualdad de género-.
La discusión del deporte tiene que ser otra; una que interprete las necesidades del desarrollo deportivo y del alto rendimiento, lo que implica, a su vez, asumir el desafío de desarrollar políticas públicas que faciliten el acceso al deporte, especialmente en los sectores más vulnerados, promoviendo la igualdad de oportunidades. En un país en el que la pobreza infantil supera el 50 por ciento, pensar que los chicos/as asistan a practicar deporte fuera del horario escolar no es una tarea sencilla. En esta línea, sobresalen tres ejes urgentes que giran en torno a la escuela, los clubes de barrio y los espacios públicos.
Por un lado, urge promover la vinculación con la escuela, para que la actividad deportiva deje de estar aislada como una materia que se cursa dos veces por semana, y pase a integrarse con la actividad física practicada en otros espacios y por fuera del horario escolar. Por otro lado, en cuanto a los clubes de barrio y los polideportivos de gestión estatal, -que hoy son el sostén principal del deporte argentino-, debemos superar, con esquemas sostenibles de financiamiento, sus serias dificultades para mantener las puertas abiertas, y promover un plan federal de infraestructura, que comenzamos a transitar y que quedó a mitad de camino con el cambio de gestión. En tercer lugar, se nos presenta el desafío de potenciar el uso del espacio público para que vuelva a posicionarse como espacio de vinculación, con el equipamiento adecuado para favorecer la actividad física en un contexto de integración comunitaria.
El deporte es una herramienta indiscutible para mejorar la salud pública, para la integración, para la inclusión, para la formación de las personas, y por supuesto, para el desarrollo de los y las deportistas. ¿Estamos en condiciones de tener un debate serio sobre cómo promoverlo y que deje de depender de las oscilaciones políticas? Argentina, por el nivel de sus deportistas, dirigentes, cuadros técnicos y políticos, está en condiciones de tener un debate serio sobre políticas deportivas. Esto depende únicamente de la decisión de hacerlo.